Sábado 5 de Octubre de 2024

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10 de septiembre de 2024

Pilotos en huelga y amotinados en un hotel: la historia de la última vez que un argentino sumó puntos en la Fórmula 1

Fue en Sudáfrica, en 1982. Reclamaron plena libertad para negociar sus contratos. Entre ellos, Carlos Reutemann, quien culminó segundo con su Williams. La sequía que buscará terminar Franco Colapinto

>La llegada de Franco Colapinto a la Fórmula 1 ilusionó a los argentinos y en especial a los amantes del automovilismo. Luego de 23 años un compatriota volvió a correr en la Máxima y se lució en su debut en Monza, donde largó 18° y terminó 12°, a dos puestos de la zona de puntos. La última vez que un piloto argentino cosechó unidades fue el 23 de enero de 1982, cuando Carlos Alberto Reutemann fue segundo en el circuito de Kyalami, en Sudáfrica, también con un Williams. Aquella carrera tuvo una historia insólita, ya que se produjo la única huelga de pilotos de la F1.

Era turbulento el clima institucional de la Máxima hacia principios de los años ochenta. Ello por el conflicto del reparto de ganancias por televisaciones y otros ingresos. Por un lado, la Federación Internacional Deportiva del Automovilismo (FISA por su sigla en inglés), cuyo presidente era Jean-Marie Balestre. La entidad dependía de la Federación Internacional del Automóvil (FIA). En la vereda de enfrente estaba la Asociación de Constructores de Fórmula 1 (FOCA), que lideraba Bernie Ecclestone. Sin embargo aquellos dirigentes con posiciones antagónicas por los intereses económicos, se pusieron de acuerdo para perjudicar a los pilotos. En ese marco de crisis para el arranque de la temporada ‘82 la bomba estaba por estallar.

Al leer el documento que recibieron los competidores hubo tres puntos que llamaron la atención de Lauda. El número 1 estipulaba un tiempo determinado de vínculo entre los pilotos y equipos. “Yo ….., me comprometo a conducir de manera exclusiva para el equipo aquí mencionado en el Campeonato Mundial de Fórmula 1 hasta el … de 19…”. El número 5 planteaba que los corredores no podían declarar en contra de la FIA: “Yo no haré nada que pueda molestar a los intereses materiales o morales, o a la imagen del deporte automovilístico o al campeonato mundial de la FIA”. Y el 7 indicaba que, ante un conflicto entre los pilotos y los equipos o entes rectores, ni ellos (corredores) ni nadie que los represente podrían recurrir a la justicia ordinaria y que sufrirían el eventual retiro de la Superlicencia: “En el caso que una protesta de cualquier naturaleza pudiera producirse, ni yo, ni mis herederos, ni mis apoderados, podrán recurrir a ninguna acción que no sea el procedimiento del Código Deportivo Internacional. Yo he sido prevenido y acepto que la Superlicencia no me puede ser entregada más que sobre los compromisos expuestos en esta demanda y que la FISA tiene plenos poderes para retirarla en caso de que cualquiera de esas condiciones cambiara o no fuera completada”.

La mayoría de los competidores firmó aquella solicitud de la FIA y la mandaron sin leer nada, menos Reutemann, los franceses Didier Pironi, René Arnoux y Jacques Laffite, el canadiense Gilles Villeneuve y los italianos Andrea de Cesaris y Bruno Giacomelli. Desde ya tampoco puso el gancho Lauda que fue uno de los cabecillas de la medida de fuerza que era inminente y se encargó de informarle al resto de sus colegas lo que estaba pasando. El otro líder de la rebelión era Pironi, por entonces a cargo de la Asociación de Pilotos de Gran Premio (GPDA).

Tras los últimos ensayos de pretemporada de los días 18 y 19 de enero de 1982 en Kyalami, sede del Gran Premio de Sudáfrica, primera fecha de aquella temporada, el miércoles 20 de enero los motores se apagaron. Hubo una reunión de corredores en los boxes y entendieron que sus derechos se veían afectados. Entonces acordaron un plan de lucha y se interrumpió la actividad en el autódromo. Alquilaron un colectivo y dejaron el hotel donde estaban hospedados y que estaba al lado del circuito, el Bungalow Kyalami Ranch y se fueron al Sunnyside Park Hotel. Allí se ubicaron en su salón de eventos y en el piso pusieron colchones donde cada uno fue compartido por dos pilotos, por ejemplo, Villeneuve y Prost, Lauda y el italiano Riccardo Patrese, el brasileño Nelson Piquet y estadounidense Eddie Cheever o el francés Jean-Pierre Jarier y Arnoux. Las deliberaciones siguieron y todo el que saliera del lugar para ir al baño debía llevarse la llave y cuando volviera ponerla otra vez en una pequeña mesa. Sólo ellos podían entrar y salir del lugar. A todo esto sus novias y mujeres se quedaron en el otro hotel y fueron a increpar a Ecclestone y Balestre. La tensión estaba en alza.

Sin embargo ese motín de pilotos fortaleció el vínculo entre los que siguieron con la huelga. La buena onda estuvo a cargo de Villeneuve, tocando jazz, y los italianos Elio de Angelis, a cargo del piano, y Giacomelli, como imitador, fueron los inolvidables repertorios de horas históricas. Giacomelli, que también fue el único piloto comunista confeso en la historia de la F1, les habría leído a sus colegas algunos textos sobre política. En tanto que el piano no sirvió solo como entretenimiento musical ya que lo pusieron contra la puerta cuando Jackie Oliver, el team-manager de Arrows, intentó entrar a la fuerza en el salón.

Otras situaciones particulares se vivieron en los boxes donde los mecánicos tuvieron que matar el tiempo entre juegos de cartas, partidos de fútbol en la recta principal o haciéndose pasar por uno de los pilotos para hacerle una broma al locutor del autódromo ¿Cómo fue eso? El jueves por la mañana un integrante de Lotus se puso el buzo y casco de Elio de Angelis, encendió su auto y lo movió unos metros. El locutor avisó por los altos parlantes que la actividad había vuelto. La poca gente que estaba en el circuito no entendía nada. Al escucharlo, el mecánico apagó el motor y todos sus colegas se murieron de la risa. “La voz del autódromo” se calló y no apareció hasta el viernes.

El evento se hizo. Sin embargo los dueños de equipos, como venganza, les hicieron sentir el rigor a los pilotos. El trato no fue el mejor ese fin de semana. Y por caso, la novia de Piquet fue echada del box de Brabham por Ecclestone. El sábado 23 de enero la competencia la ganó Prost con su Renault. Durante la carrera, la FISA, mediante los tres comisarios deportivos en Kyalami (entre ellos el argentino Rafael Sierra), informó que bajada la bandera de cuadros se les iba a aplicar una multa de 10.000 dólares a Pironi, Villeneuve, Patrese, Prost, Lauda, Laffite y Giacomelli (¿la habrá ligado por alguna de sus imitaciones?) y les retiró por cinco carreras su Superlicencia. Los restantes (menos Fabi y Mass) fueron condenados a pagar 3.000 dólares y les sacaron la Superlicencia por dos competencias.

Se les faltó la palabra a los corredores, quienes se sintieron usados. Todo valía porque el show debía continuar. A todo esto el dueño de equipo más emblemático de la historia, Enzo Ferrari, desde Maranello, se alejó de la posición de sus pares y se puso del lado de los pilotos. “Fueron ilegalmente suspendidos. Son sanciones contrarias al derecho, al deporte y al verdadero interés de la F1. Desde hace mucho he denunciado, he dicho, escrito y repetido: la F1, saturada de millones, está a punto de ahogarse en un estanque polucionado por ambiciones desmesuradas, por apetencias ilimitadas”, dijo el Commendatore en una carta pública sobre el conflicto.

Otro que dijo lo suyo fue Reutemann. “No pagaré ninguna multa aunque tenga que dejar de correr. Yo ya estoy cansado de todo eso. La rechazo de plano. Ya estoy demasiado cansado de recibir multas sin poder decir una sola palabra. Balestre me aplicó una de 10.000 dólares por no estar en la entrega de premios de la FISA en París como si fuera tan fácil y tan barato viajar de Santa Fe a París simplemente para recibir la medalla del segundo puesto del campeonato de 1981″, dijo el piloto santafesino, que años más tarde incursionó en política. Y agregó que “los pilotos tomamos una decisión correcta. No quedaba otra cosa por hacer y no podemos estar más en ‘la lona’ de lo que estamos. No es fácil que todos nos pongamos de acuerdo, y sin embargo ahora se logró porque no era cuestión de seguir aceptando que nos quisieran enterrar aún más”.

Aquellas horas de fines de enero de 1982 quedaron en la historia por el día en que los pilotos dijeron basta. Fue la única huelga que nucleó a todos los corredores de la Máxima. Para unir fuerzas en su contra se dio el efímero matrimonio FISA-FOCA, que cinco minutos antes estaban en conflicto. Pero su divorcio no tardó en llegar, tres meses más tarde, en el Gran Premio de San Marino corrido en Imola el 25 de abril; Brabham, el equipo de Ecclestone, encabezó una huelga de equipos a la que se sumaron Williams, McLaren, Lotus y Ligier, en contra de Balestre y compañía reactivando así el reclamo por el reparto de ganancias. Amanecía el súper profesionalismo en la F1 y como dijo Ferrari en una categoría “saturada de millones” nadie quiso quedarse afuera del reparto de la torta.

Luego Oscar Rubén Larrauri (1988/1989), Norberto Fontana (1997), Esteban Tuero (1998) y Gastón Mazzacane (2000/2001) pudieron cosechar unidades en la categoría. En su estreno en la Máxima, Franco Colapinto quedó a dos puestos de poder quebrar esa sequía e intentará conseguirlo en las ocho fechas restantes. De lograrlo, también será con Williams, como el recordado Lole.

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